Atención: en primer lugar el usuario anciano necesita un entorno que tenga en cuenta sus debilidades y le proteja; un diseño funcional que permita un buen mantenimiento y libre de obstáculos innecesarios.
Actividades: La persona anciana necesita ocupar su tiempo de ocio con nuevas actividades. Estas actividades pasarán a constituir su nueva rutina. El diseño de una residencia de ancianos ha de permitir el desarrollo de múltiples actividades, en solitario y grupales. El diseño de estas zonas de ocio ha de ser plenamente accesible para que nadie quede fuera.
Comunicación: La persona anciana necesita relacionarse y comunicarse con otros. El diseño de la residencia y las actividades que se desarrollen han de favorecer la interacción de los usuarios entre ellos y, si es posible, con la gente del barrio en el que se encuentre. La cercanía de un parque o del patio de un colegio es un estímulo beneficioso.
Privacidad: la necesidad de privacidad no desaparece al llegar a la tercera edad. Para muchos usuarios el ingresar en una residencia supone dejar su independencia y su libertad para pasar a compartir su espacio con otras personas. Esto se acentúa en aquellos casos en los que la persona anciana estaba acostumbrada a vivir sola y ahora pasa a tener que compartir un dormitorio con un desconocido.
Arraigo y personalización: la persona anciana sufre un fuerte desarraigo al dejar su vivienda habitual e ingresar en una residencia: cambio de compañías, de barrio, falta de objetos e imágenes familiares,… Se ha de prever, en la medida de lo posible, que el usuario pueda personalizar su habitación para hacerla más familiar, dejando espacio para objetos, recuerdos o pequeños muebles, que le sirvan de estímulo y le ayuden a mantener su identidad.
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